Por: Rosalinda Miller
Se cuenta que un rey organizó una gran fiesta para celebrar el nacimiento de su primogénito. Deseando que todos lo conocieran, invitó a toda la comunidad y a los habitantes de los alrededores.
Quería que todo fuera perfecto, así que muchos sirvientes se pusieron en acción.
Con mucho esfuerzo, amor y entusiasmo, la celebración quedó lista. Pronto, comenzaron a llegar los invitados desde múltiples lugares.
Había una gran expectativa, pues todos querían conocer al heredero del trono del rey. Cuando llegaban los invitados, los sirvientes les ayudaban a quitarse los abrigos y los colocaban sobre una cama. Todo era risas y alegría, y finalmente llegó el momento de presentar al heredero del trono a la gran multitud para que le dieran tributo.
Un sirviente se dio cuenta de que el bebé no estaba en su cuna y pronto salió corriendo a avisar al rey. ¡El rey ordenó buscar al bebé por todas partes! Invitados y sirvientes se unieron rápidamente a la búsqueda. Después de un breve periodo que pareció una eternidad, el bebé apareció sano y salvo, oculto bajo los abrigos de los invitados que estaban apilados en la cama.
El motivo de la fiesta había quedado en un segundo plano... olvidado.
Celebrar la Navidad con arbolitos, luces de colores, fiestas y bebidas puede ser hermoso, pero no representa el verdadero motivo de esta celebración. El motivo real y verdadero es conmemorar el nacimiento de nuestro Salvador y Redentor.
Que Jesús nunca quede en segundo plano en nuestras vidas. Nunca perdamos de vista que Él es la razón por la que tenemos acceso a la salvación.
"Porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, el Salvador, que es Cristo el Señor."
Lucas 2:11
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